miércoles, 18 de abril de 2012

DESPEDIR A UN CURA

Pocas veces se publican noticias positivas acerca del quehacer de la Iglesia. En estos últimos días, si hemos tenido que soportar una gran polémica –más bien una campaña- contra un Obispo por su homilía del Viernes Santo, en cambio, un gran manto de silencio ha escondido la preciosa iniciativa del Obispo de San Sebastián de celebrar una Misa por todas las Víctimas del Terrorismo. Es lamentable porque, sin duda, como me decía el otro día mi hermano, hablar de las cosas buenas ayudará también a mejorar nuestra sociedad.

El pasado sábado, día de la Divina Misericordia -fiesta instituida por Juan Pablo II, en la que providencialmente falleció, inspirada por una santa polaca-, acudí a mi parroquia a la Misa de despedida del párroco, que además es el cura que me casó y ha bautizado a mis hijas. Llegué con tiempo de sobra y ya no había sitio. El párroco había pasado once años con nosotros y Dios, por medio del sacerdote, había obrado un gran milagro de conversión: cada domingo acudía más y más gente a Misa. Al fondo del templo, una gran imagen del Cristo de la Misericordia que él había mandado colocar, transmitía, con profundidad teológica, el gran Misterio de la Gracia, precisamente entre la pila bautismal y el confesionario…

La Iglesia, atestada de gente. Por un lado, el coro de mayores y por otro, el de jóvenes. Familias enteras. Gente de otras parroquias donde el sacerdote había dado su testimonio. Niños a los que había bautizado o dado su Primera Comunión; todos allí para mostrar su cariño, para acompañar, para rezar y para dar gracias a Dios. Todos, tan distintos: como una sociedad perfecta que quiere cimentar sus pilares en la Fe, la Esperanza y la Caridad.

La Fe de tantos que siguen creyendo, mayores y jóvenes… La Iglesia sabe, aunque se oculte, que desde Juan Pablo II comenzó una larga primavera, después de años de crisis y, dónde la Iglesia es fiel a su Tradición y a su Magisterio, la Fe florece y da fruto abundante.

La Esperanza, recordando a tantos que fallecieron y que, se cree, están en el cielo. La esperanza de que Dios siga derramando su gracia para que seamos cada vez  mejores, para que el sacerdote siga siendo fiel en su nuevo destino y para que el nuevo párroco sea feliz en esta parroquia.

La Caridad, presente por ejemplo en la Madre Superiora de las monjas que se hacen cargo del Cottolengo derrochando su amor por unos enfermos que la sociedad quisiera borrar del mapa. Una caridad que se muestra de forma patente y generosa cuando el sacerdote anuncia que la colecta es para Cáritas y su lucha contra el paro y la pobreza.

Y D. Ángel, el párroco que se despide, con toda la sencillez de un hombre que ha puesto su vida en manos de Dios, explicaba con sentido del humor:

-Mi madre me ha dicho que cómo dejo esta parroquia, con lo que me queréis. Y yo le he dicho: mamá, pregunta a Antonio; ¿a cuál? Decía ella. Pues a Rouco Varela que decide asistido por el Espíritu Santo.

Y recordaba lo más importante:

-Sin Dios no podemos hacer nada. Todo se lo debemos a su Misericordia. No dejéis de asistir a la Santa Misa y confesaros.

Y nos dio la bendición. Y nos fuimos en paz y alegres.

4 comentarios:

  1. Queridos Blas y María: Doy gracias a Dios por haberme permitido estar cerca de vosotros en momentos tan "Divinos" de vuestra vida. Os espero siempre en mi nueva "vieja" parroquia. Y que no dudéis que voy a encomendaros al Santo Matrimonio Isidro y María de la Cabeza. Un abrazo a toda la familia.

    D. Ángel

    ResponderEliminar
  2. precioso articulo y feelicidades a D Angel y a tantos sacerdotes que hacen el bien

    ResponderEliminar
  3. Esta forma de pastorear siempre da buenos resultados.
    La ideologia jamas podra con la FE
    http://lapoliticadegeppetto.blogspot.com.es/

    ResponderEliminar
  4. Que buen artículo Blas, me ha recordado al párroco de mi pueblo, cuando me preparaba para mi primera comunion y para la confirmación, sobretodo, cuando decía: "Hoy vá a leer Pilar, que se la entiende mejor". Jaja, me entraba un cosquilleo de alegría.
    En fín, enhorabuena y gracias por recordarme a D. Pedro, mi cura.
    Un abrazo. Pilar.

    ResponderEliminar

Por favor, deja tu comentario y valora esta entrada, tanto si estás de acuerdo como en desacuerdo.