miércoles, 4 de abril de 2012

SEMANA SANTA: EL ORDEN FRENTE AL DESORDEN

Aprovechando los días santos para reflexionar, llevo unos días pensando en la importancia del orden en todos los órdenes.

Parece que vivimos en un desorden querido, buscado, deseado. Hasta se elogia el desastre y se desprecian otros tiempos en los que predominaba el orden. Se celebra la desorganización como si fuera gracioso no tener tiempo para lo que merece cada minuto de nuestra vida.  Lo más sagrado se presta al juego: se invierte el mecanismo normal de la naturaleza buscando siempre lo que en vez de construir, destruye, como ocurre con el ecologismo, que también utiliza lo natural para otros fines.

Quizá la humanidad se haya empeñado, desde hace siglos, en experimentar qué ocurre si se cambian pautas y principios, incluso los que son evidentes por sí mismos. En el experimento nunca importó el coste en vidas. Siempre mueren otros. La estructura de la sociedad, la familia, la educación, el respeto, el tiempo del que disponemos, los horarios, las costumbres, el discurrir natural, las sanas tradiciones: todo ha sido puesto en duda en una labor que busca destruir la civilización.  Es una inteligente y hábil labor, mucho más evidente de lo que se cree y mucho más eficaz cuanto más se la ignora. Podría ser que la batalla entre le bien y el mal fuera una cuestión de orden. Porque el desorden es una fuente de muchos males. Y cuando uno tiene oportunidad de tratar con los mayores que aún viven en el campo, siente cómo nos están robando lo esencial. No es sólo una frase bonita: desde cosas tan terrenales como la agricultura o la gastronomía nos estamos perdiendo criterios culturales elementales. Por eso decía un párroco de pueblo que “para los que viven en el campo es más fácil creer en Dios que para los que viven en algunas ciudades horrendas, donde el cielo es apenas una visión entre las brumas y entre los edificios.”

Si hay un refrán que advierte  “donde todo el mundo opina, ni orden ni disciplina” hay otros que enseñan “para buena vida, orden y medida” y que “no hay como el orden para ganar tiempo.” Por eso los sabios de todas las civilizaciones han insistido en el orden. Confucio indicaba un camino correcto para el buen gobierno: Si el gobernante se impone por sus cualidades y mantiene el orden en armonía con las buenas costumbres, el pueblo sentirá vergüenza de actuar mal y avanzará por el camino de la virtud.” Y un filósofo moderno afirmaba que “la hija del orden es la libertad.” Y no solo el orden es importante en la vida personal o social. También en lo referente a las realidades del más allá. Por eso el Papa Juan XXIII hablaba de la necesidad de respetar el orden de Dios: La paz en la tierra, suprema aspiración de toda la humanidad a través de la historia, es indudable que no puede establecerse ni consolidarse si no se respeta fielmente el orden establecido por Dios."

Y es que, desde el plano teológico, tan influyente en la vida real de cada día, conviene caer en la cuenta de que estos días de Semana Santa son el mejor resumen del triunfo del orden frente al desorden. Porque la muerte y la resurrección de Cristo que conmemoramos en estos días son precisamente el misterioso restablecimiento del orden que Dios quiso desde el principio. Y, aunque parezca que el sacrificio ha fracasado, nunca seremos conscientes del todo de cuán derrotado quedó el desorden del mal en la noche del Sábado Santo. Sólo la soberbia de los que creen que pueden vencer a Dios les lleva a seguir intentándolo cada día.

2 comentarios:

  1. España es en estos momentos ruido, bulla y desorden
    Desorden de todo tipo, desorden familiar, desorden moral, desorden filosofico, desorden social, desorden material, desorden politico, desorden espiritual, desorden de costumbres y desorden formas , desorden religioso, desorden etico, desorden estetico...
    El desorden es consustancial a la España actual, el ruido que bada dice y todo lo tapa domina al silencio y al pensamiento, todo esta subvertido y nada permanece excepto la cochambre y la mugre.
    Parece como si la España de los misticos jamas hubiera existido
    http://lapoliticadegeppetto.blogspot.com.es/

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  2. Observación muy certera pues, efectivamente, la revolución mundial, cuyo motor último es Satanás, consiste, precisamente, en eso, en desordenar las cosas, en subvertir el recto orden querido por Dios, dando prioridad a lo que debería ser subordinado y subordinando o eliminando lo principal.

    A lo largo de la historia, en la política, ha ocurrido en varias ocasiones que han sido los hitos revolucionarios, hitos en que se observa que los objetivos últimos o conclusiones de una etapa revolucionaria son las premisas de la siguiente.

    El golpe de Felipe IV de Francia, no solo contra el Temple, sino contra el papado, es la subordinación de la autoridad papal a la real y con ello, de la religión a la política.

    El establecimiento y aceptación de esto preparó la mentalidad de la sociedad europea para la siguiente revolución, la de Lutero y Calvino que básicamente consistió en afirmar la libertad personal sobre la autoridad de la Iglesia. Curiosamente, respecto a la autoridad política, no se planteó el libre exámen, sino que fué reafirmada y con tintes tiránicos, casi cesaropapistas.

    Este nuevo grado de desorden, dejó el terreno labrado para que dos siglos después, hábilmente conducida por la recién eclosionada masonería, se produjese la siguiente fase, la revolución francesa que bajo una apariencia de libertad, anuló la libertad del indivíduo en aras de la omnipotencia de la res pública.

    Capitalismo y comunismo, son otros saltos evolutivos en este proceso, que lo llevan casi hasta el límite, subordinando el hombre y su libertad a la economía y el economicismo y a la ideología y el partido, respectivamente.

    La situación actual es una mezcla de todas las fases revolucionarias y que ya llega al límite máximo de la desnaturalización, al subordinar la vida humana al places sexual, lo que lleva a la aceptación del aborto, la más grave violación del orden natural dado por Dios jamás realizada.

    Y todas las fases revolucionarias tienen un denominador común: el relativismo moral, sin el que no habrían sido posibles.

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