En la actualidad asistimos a una pesada lluvia de mentiras. Una vez oí decir a un sabio que cuando se vive entre constantes embustes es un deber defender la verdad cada día. Pero a la vez que se propagan faltas constantes a la verdad, medias verdades -las peores mentiras- y manipulaciones de todo tipo, encontramos un mal aún mayor: la incapacidad para reconocer la verdad cuando alguien la dice...
¿A qué me refiero? La política actual -con sus inseparables medios de comunicación-, convertida en un juego de intereses, es una actividad que produce muchos hipócritas, sobretodo porque, al controlar los medios, los políticos profesionales creen que pueden hacer cualquier cosa porque todo dependerá de cómo se cuente. Así, incluso a los ciudadanos, divididos por los enfrentamientos estériles que crean los propios políticos para introducirnos en las trampas de su trama dramática, no son capaces de distinguir lo cierto: la verdad, de lo falso: la mentira.
Me explico: si una afirmación sobre nuestra política o nuestra historia es cierta, no se puede despreciar según quién la diga o recurriendo a los motivos por los cuales la dice, aunque los motivos sean perversos o la persona sea de poco fiar. La verdad siempre es verdad. Rechazar la verdad porque la dice tal o cual o porque tal o cual la dice por uno u otro motivo es infantil, sectario, absurdo y, además, no sirve para nada más que para sumirnos en un abismo aún más profundo y oscuro.
Estas hábiles trampas las vemos a diario en las tertulias políticas, en los informativos y en las instituciones. Ante una afirmación concreta no vemos un debate argumental para rebatirla, sino ataques a la persona incluso recurriendo a la vida personal para denigrarla. También, cuando la persona no tiene un pasado al que se pueda recurrir para destruir su afirmación, se recurre a inventar oscuros motivos que le habrían movido a pronunciarse de ese modo: económicos, venganza, pérdida de facultades mentales... De todo.
Pero la verdad acaba por llegar, porque su luz es intensa y su empuje arrasa. La verdad es la verdad, la diga Agamenón o su porquero, dijo el sabio.
En fin, que hoy me inspiraba algo más profundo, en plan filosófico... Buenas noches.
Con el primer párrafo me habías asustado. Leído todo solo diré que los hipócritas siempre han existido y -por desgracia-. existirán. Que se lo digan a Sócrates.....seguiremos viviendo -por desgracia- con eso. Lo conozco muy bien y podría poner muchos ejemplos: Uno, nuestro director de la Guardia Civil. Una Joya.
ResponderEliminarSaludos.-
Es el fin del relativismo no? Que no haya verdad cierta...
ResponderEliminarEn cualquier caso no hay que buscar tanto las verdades ocultas entre tantas mentiras, sino denunciar las mentiras que ahogan a la Verdad.
No?
Claro, sin duda. Pero preocupa además, que nos están debilitando para impedirnos apreciar la verdad, o acaso que no sepamos de su existencia o ni nos interese....
EliminarEn tiempos de engaño universal, decir la verdad se convierte en un acto revolucionario... George Orwell
ResponderEliminar"-Cuando yo uso una palabra -insistió Humpty Dumpty con un tono de voz más bien desdeñoso- quiere decir lo que yo quiero que diga… ni más ni menos.
ResponderEliminar-La cuestión -insistió Alicia- es si se puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes.
-La cuestión -zanjó Humpty Dumpty- es saber quién es el que manda… eso es todo."
Alicia a través del espejo (Lewis Carroll)
La verdad es un hecho objetivo y siempre al servicio del bien.
ResponderEliminarAspirante, ¿cómo termina lo del "elefante blanco"?.
ResponderEliminarLa verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero.
ResponderEliminarAgamenón: Conforme.
El porquero: No me convence.