Nunca se borrará de mi memoria el privilegio que tuve de conversar con Don Ricardo de la Cierva, a raíz de la publicación de mi novela, La Tesis Prohibida, en cuyo crimen inicial el sabio estaba muy interesado. Charlando sobre diversos sucesos inquietantes de nuestra historia reciente, Don Ricardo no dejaba de mencionar a la Masonería –asunto en el que es un experto mundial-. Llegó un punto en que, comentando el escándalo de BANESTO y Mario Conde, me ilustró sobre las elevadísimas cuotas que deben pagar los miembros de la secta a cambio de pertenecer a ella para medrar e influir…
Los pesimistas sobre la condición humana ya han concluido que la política siempre lleva a la corrupción. No es cierto y, por eso, la pregunta del título no es absurda. Al contrario. Ha habido muchos políticos, reyes y gobernantes que han ejercido su vocación de servicio público de una forma ejemplar. ¿Entonces?
Llevo tiempo dándole vueltas a las causas de la terrible corrupción política que, por el camino del desprestigio de todo eso que llamamos casta –parasitaria, política, sindical, empresarial- nos condice a un agotamiento y a unos odios muy peligrosos. Pero, ¿qué pasa que la corrupción ha llegado a todos los niveles? ¿Qué se ha hecho mal? No tiene sentido denunciar la corrupción sin abordar las causas por las que ésta se ha convertido en la norma y no en la anécdota.
Son varias las causas que han facilitado la situación que padecemos:
La educación de bajísimo nivel; la pérdida de valores; la descristianización; una sociedad, en fin, sin moral. El clima de intereses creados, que ha generado el único consenso real entre las fuerzas políticas: silenciar todo lo que se pueda la corrupción. La opacidad del sistema de financiación de partidos. Es evidente que todo ello facilita que un político llegue a corrupto.
Pero yendo más al fondo del asunto, para mí el sistema está diseñado para la corrupción:
Las Autonomías: que han permitido generar mini Estados con todos sus organismos de control, facilitando una casta muy poderosa a la que nadie puede controlar.
Los partidos políticos: estructuras organizadas para sus propios intereses en las que se medra por obediencia a los jefes y no por decencia ni capacidad intelectual o de trabajo. Los partidos, tal y como funcionan hoy en día, son los máximos responsables de la degeneración de la política como servicio público en una actividad denostada por haberse convertido en la mejor manera de enriquecerse sin esfuerzo.
La Ley Electoral: muy relacionada con la anterior causa ya que, al no facilitar la representación de los ciudadanos, se convierte en una estafa previa en la que, quien elige de verdad a los representantes, son las cúpulas de cada partido corrompido. Así los políticos nunca se deberán a sus votantes sino a sus partidos.
La Justicia: que al haber sido politizada –y haberse dejado politizar- crea un clima de impunidad que fomenta la corrupción. Porque los organismos de control de los jueces y los altos tribunales, también se deben a los partidos.
Así, volvemos al principio: ¿por qué en esas ilusiones democráticas de los setenta –unas ingenuas, otras pervertidas- nos colaron un sistema para la corrupción? Porque había que pagar bien a las marionetas sin principios que, so promesa de riqueza, facilitaron una serie de gobiernos que sucesivamente han destrozado la gran nación que siempre fue España. Si no nos damos cuenta de que la corrupción es previa al sistema –es decir, primero la corrupción y luego la política al menos en España-, estaremos de acuerdo con gente como Felipe González –ejemplo de máxima corrupción- que, comentando el escándalo de Bárcenas, ha declarado: “el sistema no es malo.” ¿Qué va a decir quien se ha hecho multimillonario gracias a un sistema que al resto de los españoles nos ha arruinado en todos los sentidos?