En la catequesis del pasado miércoles, ha dicho Benedicto XVI, hablando de San Roberto Belarmino, (jesuita y Cardenal, nacido en 1542, gran defensor de la Iglesia frente a la Reforma protestante) que, éste Santo, «enseña con gran claridad y con el ejemplo de su propia vida que no puede haber una verdadera reforma de la Iglesia si primero no se da nuestra reforma personal y la conversión de nuestro corazón».
San Roberto Belarmino, dijo Benedicto XVI, “nos ofrece un modelo de oración que debe ser escuchado en contemplación con la palabra de Dios”. Este santo de la Compañía de Jesús tuvo una percepción muy viva de la inmensa bondad de Dios en la que él se sentía un hijo amado. A pesar de su brillantez como teólogo, prosiguió el Papa, su legado “se encuentra en la forma en la que concibió su trabajo. Los tediosos oficios de gobierno no le impidieron, de hecho, caminar hacia la santidad con la fidelidad a las exigencias de su propio estado de religioso, sacerdote y obispo”.
El santo, “que vivió en la fastuosa y a menudo malsana sociedad de los últimos años del siglo XVI y la primera del siglo XVII, de esta contemplación recoge aplicaciones prácticas y proyecta la situación de la Iglesia de su tiempo con animosa inspiración pastoral”.
Creo que, posiblemente ahora, podemos aprender una buena lección todos los católicos, pues también vivimos una época malsana, y no me refiero a los demás, sino a los propios católicos (aunque desde hace años se perciben nuevos aires de verdadera reforma). El Papa siempre tiene palabras acertadas, profundas, de importante significado.
En España, hay necesidad de una verdadera reforma de la Iglesia a todos los niveles (que en algunos sitios avanza de maravilla). Los católicos sinceros, preocupados por el desastre político y moral en que se encuentra nuestra Nación, debemos asumir este mensaje, que me parece clave. Hay que dejar divisiones por nimiedades y descentrarse de tantos grupitos. Hay que enfocarse en una reforma personal. Hay que formarse y reformarse. Hay que leer, estudiar, aprender, rezar y mirar a Cristo. Y la mejor forma de hacerlo es escuchando a su Vicario con humildad y fidelidad. Hay que animar a los Obispos. Los Obispos deben, como Belarmino, predicar la verdad. Todos debemos ponerla en práctica y, lo demás, se nos dará por añadidura.
Así es. El Papa no necesita más comentario. Si cada uno se lo aplica...
ResponderEliminarP. Valverde Díez.
Totalmente de acuerdo. Siempre fiel al obispo de Roma.
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