La sociedad tiene una memoria de pez que limita con la complicidad. Así de claro. Es lo que uno siente tras contemplar, espantado, el repaso que hace el nuevo documental de Iñaki Arteta, estrenado el pasado lunes en Telemadrid.
En el esclarecedor y oportuno trabajo del artista vasco, esclarecedor porque nos enseña lo que ocurrió, y oportuno porque nos impacta en los momentos en que culminan tantas cesiones ante los terroristas, se repasa uno de los años más crueles de la historia de ETA, en los que asesinó a casi cien españoles. La tensión era máxima: en el comienzo de la Transición la democracia intenta abrirse camino con las amenazas de una grave crisis económica, la total falta de colaboración de Francia en la lucha contra los terroristas y de unos políticos luchando de forma sectaria por el poder. Con toda precisión, en la película se llega a afirmar que aquél clima de peligrosa inestabilidad supuso el caldo de cultivo para el golpe del 23 de febrero de 1981.
Lo que más me ha impresionado es la búsqueda de la objetividad mediante la participación de diferentes personas que aportan su particular visión de los hechos. En el documental podemos contemplar la frivolidad -aunque Dios me libre de juzgar a quienes vivieron aquellos terribles días- de una familia extorsionada que afirmaba que si tú pagabas te quedabas tranquilo; podemos visualizar la insoportable comprensión y cuasi justificación del terrorismo etarra por parte del que fuera obispo de San Sebastián Monseñor Setién -el que llegó a decir a María San Gil que un padre no quiere igual a todos sus hijos-; podemos sufrir con la tragedia de un director comercial extorsionado y amenazado por ETA por no ser separatista mientras que sus hermanos, dueños de la misma empresa, quedaban libres de la persecución terrorista porque se afiliaron al PNV; podemos recordar, con las declaraciones de otro empresario, que ETA se desarrolló en una sociedad que la comprendía y justificaba. Durante todo el trabajo no deja de recordarse el silencio sobre las víctimas, los funerales a escondidas a los que no iban los amigos del asesinado por miedo a que les identificara la ETA, los soplones siempre tan necesarios para acometer los crímenes y la constante crueldad que siempre se decía sobre quien había caído a manos de los terroristas: algo habrá hecho.
El terrorismo de ETA, como he insistido en muchos artículos, no hubiera sido nunca posible sin una serie de ingredientes que comparten responsabilidad con los asesinos: la ideología separatista del odio a España, la izquierda que siempre consideró legítima la lucha de ETA utilizando la excusa de que era la lucha contra una dictadura, la colaboración de diversos servicios secretos internacionales y el amparo de Francia hasta mediados los años ochenta, el ambiente social cobarde y la pasividad de toda una sociedad hedonista que prefería mirar para otro lado. Recomiendo ver y difundir este trabajo, para reflexionar sobre un pasado reciente que marca aún nuestra convivencia porque nunca podrá ser positiva sin memoria, dignidad y justicia.