Las informaciones que nos llegan desde Estados Unidos suelen estar muy filtradas por la prensa europea, mayoritariamente favorable a los demócratas. Creo que ésta preferencia por el partido de Obama se debe, históricamente, a cierta miopía política: “si Estados Unidos tiene una política exterior más blanda, Europa será más fuerte” piensan muchos políticos y periodistas de éste lado del Atlántico. Y por eso digo que miopía: nada le interesa más a Europa que unos Estados Unidos fuertes y prósperos.
Pero el antiamericanismo ha calado, a pesar de que ahora casi toda la progresía de derechas o izquierda es fan de Halloween, una muestra más de colonización cultural de la que luego se quejan. Pero no me interesa éste asunto: que los americanos nos vendan sus películas, sus hamburguesas y sus Ipads es parte de muchas cosas buenas que se pueden encontrar en el mundo en que vivimos. Y el asunto más grave es la tendencia a pensar mal de los norteamericanos. Siempre que se ataca a un colectivo, suele deberse a la envidia o a la ignorancia. Estados Unidos tiene muchas cosas buenas. También Europa, por supuesto. Pero hay algo de lo que aquí carecemos, y más en España: la libertad política.
Desde hace décadas aquí se ha impuesto un socialismo ideológico muy radical: el de los derechos siempre, que rechaza cualquier deber. El de un Estado que todo lo regula, el de una casta política cerrada, que interviene en cualquier aspecto de nuestra vida. El socialismo de presiones fiscales abusivas en el que un sueldo medio -que siempre es escaso- es reducido con casi un 30% de retenciones directas, quedando después que pagar un IVA ya al 21%...
Allí se decidía entre libertad y socialismo en una sociedad cada vez más dividida. Obama había tensado la cuerda demasiado en sus primeros meses, provocando en 2010 quizá el mayor vuelco electoral a los dos años de haber sido elegido Presidente. En ése voto de castigo a Obama fueron determinantes, por un lado, el movimiento Tea Party, que pedía menos intervención estatal y una renovación de la política –algo que aquí muchos subvencionados son incapaces de comprender- y por otro, la agresión de la reforma sanitaria que pretendía imponer un modelo que importaba lo peor de los modelos europeos a un elevadísimo coste en un momento de crisis. El Presidente Obama tuvo que rectificar, por ejemplo sacando de los programas de financiación pública el aborto, debido a las presiones del cada vez más influyente catolicismo estadounidense.
Cuando comento con mis compañeros de trabajo de los Estados Unidos sobre nuestro paro, nuestros partidos y sindicatos subvencionados, nuestro sistema sanitario y sus costes y nuestras vacaciones, alucinan. Porque allí saben lo que cuestan las cosas. Y eso es siempre un valor. Porque durante la campaña se comentaba que un 8% de paro –para nosotros envidiable- podía hacer perder a Obama. Aquí tenemos un 25% y algunos todavía se alegran del sistema institucional que padecemos: un sistema corrompido en el que es más grave ir a 137 por una autopista de peaje que organizar fiestas en espacios públicos con resultado de cuatro muertes –siempre que sea uno amigo del concejal de turno, claro-.
El resultado de ayer nos demuestra que la sociedad está viva, que en la política hay debate y que las ideas cuentan. Obama ha ganado por la mínima y sigue teniendo en frente un Congreso de mayoría republicana. Le será difícil gobernar un país muy dividido entre otros motivos por su culpa. Deberá comportarse como en la última parte: negociando y cediendo. Y quizá eso es lo que le ha permitido ser reelegido. Eso y la mejora de los datos del paro conocida en los últimos días de campaña.
Sirva ésta reflexión para acercarnos a la política americana, de la que podemos sacar ejemplos positivos, a pesar de que siempre algunos insistirán en los defectos. Pero aquí conviene más libertad en los partidos –allí las primarias son un ejemplo de participación ciudadana-, necesitamos una ley electoral más justa -aquí se favorece al nacionalismo frente a la unidad nacional-, una financiación más transparente de los partidos –allí aunque sean cifras millonarias escandalosas al menos son conocidas- y ciertamente, la enorme carrera que debe hacer una persona para ser elegido representante político exige demostrar bastante más –formación, oratoria, nivel- que ser amigo del que hace las listas –sin idiomas, ni estudios-.
En fin: división de la sociedad, dudas sobre la situación fiscal, sobre la política exterior. Porque si Obama ha ganado es porque ya no pudo ser el primer Obama. Lo cual, no es la peor noticia que podíamos escuchar esta madrugada…