En la película autobiográfica UNA HISTORIA DEL BRONX, Robert de Niro nos cuenta que, siendo niño, un día se fue a confesar, después de alguna maldad, a la parroquia del barrio. Todavía vivía en el ambiente católico de esos italianos que emigraron a Nueva York. Al salir de la iglesia, dice el chaval: “Lo bueno de ser católico es que siempre puede uno comenzar de cero”.
Efectivamente, en el mensaje eterno, todo es siempre nuevo. Por eso –a pesar de las falsedades de los medios- hay un resurgir en la Iglesia universal y en la española, a pesar de tantas maniobras oscuras. Y yo ayer por la tarde, pude asistir a la ordenación sacerdotal de tres nuevos jesuitas, entre ellos, un compañero de colegio y amigo.
En la primera lectura, del Deuteronomio, escuchamos una advertencia: “Si cumples lo que te mando hoy, amando al Señor, siguiendo sus caminos, guardando sus preceptos, mandatos y decretos, vivirás y crecerás; el Señor te bendecirá…Pero si tu corazón se resiste y no obedeces yo te anuncio que perecerás sin remedio”. Después, un ángel me hizo llorar, al cantar de forma maravillosa el salmo en varios idiomas: “Dichoso el que confía en el Señor”.
Con la emoción de celebrar tal acontecimiento en la fiesta de su fundador, pude ver parte de ese ejército de la Compañía –La Legión de Loyola- quizá algo cansado, quizá confundido después de una de las peores crisis internas de la Iglesia…Pero también les vi pedir, necesitados de ayuda como toda obra humana, ante la presencia del Arzobispo de Valladolid: “queremos cumplir nuestra misión en la Iglesia”. Ocurrió, creo yo, como cuando rezamos misteriosas palabras del Evangelio o de ciertas oraciones: a veces no sabemos lo que pedimos, pero algo nos dice que es lo que necesitamos.
El Arzobispo Blázquez, hombre que refleja en su rostro la preocupación por su difícil labor al servicio de la Iglesia y la seriedad por tantos sinsabores en su tarea, afirmaba “el valor impagable que tiene para la Iglesia la labor histórica de la Compañía” y pedía que “los jesuitas supieran aceptar del Papa la fe, el amor y la misión”.
Quizá –yo que soy antiguo alumno de la Compañía de Jesús- eché de menos que alguien entonara, “Fundador sois Ignacio y General”, el himno de San Ignacio. Pero me conformé cuando escuché las últimas canciones: “Tomad Señor y Recibid” y “Haznos fieles”…Pocas veces me he alegrado tanto de acompañar a un amigo y a su familia. Pocas veces he intuido –con misteriosa certidumbre- la esperanza de la primavera de la Iglesia que pronto reventará en miles de flores. Y cuando digo pronto, digo en unos días, porque la visita de Benedicto XVI a Madrid, va a dejar a muchos estupefactos ante la potencia actual del mensaje de siempre, siempre nuevo.