Aunque muchos me lo proponen (es un insulto a la cara aunque proviene de bienintencionados), yo no pienso cambiarme el nombre. Es el que me dieron mis padres. Es el nombre de antecesores ilustres, ora gentes del pueblo sencillo ora con prestigiosas posiciones en la sociedad. Es un nombre español de Andalucía, de tierras de Granada.
El pasado viernes, desde Galicia, se ha intentado censurar aún no se si con éxito, la conferencia técnica, histórica y militarmente, que iba a dar mi tío, el General Blas Piñar, en La Coruña, sobre el asedio al Alcázar de Toledo durante la Guerra Civil, con motivo del 75 aniversario de la gesta. En cualquier nación sensata, tal episodio de valentía, ya sería reconocido por cualquiera de cualquier ideología, como una heroicidad de unos compatriotas. Nadie de los famosos demócratas del sistema ha protestado en público por la censura, no sea que les identifiquen con un Piñar.
Hace apenas unas semanas, al intervenir mi abuelo, el Notario y político Blas Piñar, en 13 Tv, la cadena ha sido presionada de alguna manera para evitar que vuelva a repetirse una escena de este tipo, y así, desde hace más de 30 años, mi abuelo es continuamente censurado, hasta cuando incluso paga por la publicidad de algunos de sus actos. Nunca nadie de los demócratas del sistema le ha defendido en público por haber sido censurado, no sea que se contaminen con el nombre de los Piñar.
El pasado verano, yo mismo fui censurado por Intereconomía Tv, que incumplió todo un contrato, evitando que apareciera en El Gato al Agua durante tres meses, tal y como se había prometido al ganador del concurso El Candidato. Nadie del sistema ha clamado contra ésta operación repugnante de censura, de falta de compromiso y democracia puesto que alguien con el nombre Piñar no debía aparecer en una televisión considerada suficientemente de derechas.
Y es que estamos ante un nombre maldito, ¿por qué? Sencillamente porque Blas Piñar (mi abuelo ésta vez) fue coherente (nos gusten o no sus ideas) y fundó un movimiento político a finales de los sesenta cuando vio que, por lo que habían luchado y muerto los padres de toda una generación era utilizado por tantos (cuyos padres también se dejaron la vida), que sólo querían hacer carrera y aprovecharse, como se ha demostrado. Por eso, los que más le odian y nos odian a los que llevamos su nombre, son los que llegaron a ser más franquistas que nadie para aprovecharse más del régimen. Y lo que odian es el grito de su conciencia, que sí que tienen por formación, porque no soportan que exista la enormidad de una persona que quiso estar en política sólo por sus principios y no por interés. Y cada vez que se les recuerda esto, reaccionan aventando el odio.
Y así, los falsos liberales que hablan tanto de democracia jamás admitirán que en este “maravilloso” sistema, todavía, llamarse de cierta manera es peligroso, tóxico, censurable y que te obliga a demostrar más que nadie para ganarte tus derechos, incluso, por ejemplo, al trabajo. Y nadie nunca nos ha defendido en serio, en público. Nadie. Ya contaré algunas anécdotas, pero gracias a Dios, nada es tan grave como para no divertirme con todo esto, pues me confirma la basura de sistema en que se mueve nuestra clase política; me enseña la corrupción moral en que nadan los periodistas que la protegen y, además, hasta de muchos amigos, me demuestra su desinterés hacia los temas fundamentales. Porque llamarse de una manera, jamás puede ser motivo de ningún prejuicio ni de previa condena y menos de censura. Y nunca tendré nada en contra de que el hijo de un genocida sea Rector de Universidad, pero a ver si a mí, alguna vez, me dejan publicar un libro…Ahora bien, que en la España de los cien mil abortos, de faisanes y de oncemes, que te odien por el nombre carece de importancia. Pero una cosa aseguro, habrá “Piñares” para rato.