El olfato, el sentido común, las relaciones con ciertas personas y la experiencia, por pequeña que sea, pueden aportar mucha información sobre los asuntos económicos. Al menos no menos que la información de la que disponen los economistas. Un amigo decía que, como forenses, es decir, diseccionando el cadáver, los economistas son buenos. Pero como medicina preventiva, nefastos. Yo creo que se debe a que los economistas son estudiosos de algo que dista mucho de ser una ciencia clásica, se apoyan en estadísticas y en lo que dicen ciertos gurús bastante soberbios cuyas opiniones sobre los mismos asuntos son tan distintas como su afinidad ideológica. Sin embargo, no suelen tener en cuenta el subjetivismo de las decisiones humanas dirigidas por algo más allá del dinero: amor, poder, conspiraciones, venganza…Por otra parte, numerosos eruditos siguen creyendo ciertos dogmas económicos como si de la infalibilidad papal se tratara cuando hay algo en la economía doméstica que los estudiosos expertos, los políticos de renombre y sus asesores a dedo suelen olvidar: que gastar más de lo que se ingresa suele ser un mal camino… Pero en fin, como es un campo complejo de la actividad humana, todos mis respetos para quienes intentan explicar por qué nos va bien y, de pronto, por qué nos va tan mal.
Todo esto viene a cuento de ciertas conversaciones con diversos ciudadanos transmutados en economistas del momento, saturados de información sobre primas de riesgo, diferenciales, acciones preferentes, precio de los pisos o de las acciones y déficits estructurales: hoy todo el mundo sabe moverse entre términos tan complicados hace unos años. Y todos, sin saber por qué, saben explicar las causas de la crisis como si ellos mismos lo hubieran avisado. Con cierta malicia pienso yo que si todos supieran tanto como parece, no hubiéramos tenido crisis. Y esas conversaciones me recuerdan la situación de 2007, cuando a punto de estallar la burbuja, aún había gente que decía que la vivienda seguiría subiendo, que todo era maravilloso y que España superaría a Francia e Italia en los índices que se manejan para conocer la riqueza de un país. Casi todo el mundo sabía que la economía iba bien y que nunca iría mal. Me incluyo: reconozco que el optimismo se nos inoculó tanto como ahora se hace con el pesimismo.
¿A qué voy? A que quizá a alguien le interese el pesimismo como entonces se fomentaba la ilusa alegría del dinero fácil: cuando las burbujas llegan arriba y compran los últimos, hay otros más informados que ya se hicieron ricos vendiendo muchas veces. ¿Recuerdan Terra? Pues hace unos días, uno de esos multimillonarios americanos dijo “España es un país enfermo y hay que aprovechar para invertir ahora” -supongo que porque todo ha bajado mucho-. Quizá sea pronto para sacar conclusiones, pero la bolsa subió el viernes más de un 5% debido al acuerdo de Rajoy con la UE para rescatar directamente a los bancos. Y un amigo dedicado a las inversiones en bolsa me explicaba que si la inyección de dinero que se anuncia se maneja correctamente, pronto veremos el dinero fluir, y será tarde cuando algunos digan “ahora hay que comprar.” Si ya tarde muchos decidieron que había que invertir en vivienda o en acciones, puede volver a ser tarde cuando muchos sean conscientes de que esta crisis –como todas- puede estar pasando. La economía, en el fondo, es algo tan complejo como lo son las decisiones que cada uno tomamos a lo largo de un día. Una cosa es lógica: ni todo podía subir indefinidamente ni puede bajar del mismo modo. Estén atentos: cuando los datos económicos confirmen que estamos empezando a mejorar, muchos –los de siempre- habrán vuelto a ganar miles de millones varios meses antes.