Desde la renuncia de Benedicto XVI hace más de un mes, el mundo ha hablado sin cesar de la Iglesia. De pronto, la elección sorprendente de un argentino, ha suscitado todo tipo de comentarios, si bien la mayoría positivos, alegres, con esperanza de renovación, incluso desde quienes desde su miopía esperan que el Papa haga cualquier disparate.
Por primera vez en años, las numerosas portadas sobre la Iglesia hablaban del nítido mensaje de Cristo y no de los escándalos que algunos de sus pastores estaban provocando… En sí, ya es un motivo de alegría. Desde todos los ámbitos, se ha reconocido, cuando más terrenalmente, la capacidad de la Iglesia para renovarse, para llamar a alguien distinto, ajeno al entramado de poder vaticano, con capacidad de cambiar las cosas, llamando a un pastor, a un jesuita y a un no europeo; y cuando más espiritualmente, ha reconfortado que se llame a un hombre de predicación sencilla y cercana –el Papa no tiene por qué ser siempre una eminencia en Teología-, un hombre preocupado por rescatar la belleza de la sencillez evangélica haciéndose llamar Francisco, por el santo de Asís, auténtico reformador de la Iglesia en un tiempo oscuridad mayor que la presente: recuerden los sueños de Inocencio III viendo que la Basílica de Constantino se le venía encima hasta que un hombre harapiento la sostenía. Reforma y vuelta a la autenticidad son constantes en la Historia de la Iglesia. Maravilloso. ¿Alguien cree que los cardenales, auténticas eminencias, se equivocan asistidos divinamente?
Pero entre todos estos motivos de alegría, mal ejemplo están dando algunos católicos –también algunos sacerdotes- ante la impresionante llegada a su Cátedra del nuevo Vicario de Cristo, el Papa Francisco. Y son los que más presumen de pureza… Dios juzgará su corazón triste. Pero diremos unas cuantas cosas para parar la irrupción de la tristeza, uno de los sentimientos más opuestos a la fe cristiana. ¿Por qué algunos hurgan en el pasado de Francisco en vez de dedicar energía a intentar comprender por qué Dios ha llamado a éste nuevo Vicario? Ya no es Bergoglio. Ya no es un obispo argentino. ¡Es Pedro, el Obispo de Roma!
Hoy visitaba a una sencilla mujer –casi como una madre- en un Hospital Público atestado de neumonías de final del invierno…
-¿Qué te parece éste Papa, Blas? ¡Qué buena pinta, que hombre tan bueno y tan humilde, qué bien que hable de la pobreza y se llame Francisco!
Ya lo dijo Cristo: “has revelado Padre estas cosas a los sencillos.” Pero ahí tenemos una minoría de católicos que cometen el mismo error que tantos cismas provocó: crítica preventiva o directamente odio al Papa y selección de la doctrina a conveniencia. Esos críticos buscan frases sacadas de contexto para intentar pillar al Papa progresista que se han dejado construir en su mente. Centrémonos en lo positivo, que es mucho.
Tenemos un Papa jesuita. El primero. Han llamado los cardenales -al parecer con una unanimidad impresionante- a un Papa de Hispanoamérica que es jesuita. Es impresionante, dada la Historia reciente. Yo me he educado en los jesuitas y conozco bien los desencuentros entre Roma y la Compañía. Grandes retos tiene la Iglesia en el continente que cree gracias a España. Pero mucho más en ese Ejército de San Ignacio, la Compañía del Salvador que tan grandes servicios prestó a la Iglesia, que tantos santos dio para mayor gloria de Dios, pero también, en las últimas décadas, notables disgustos. ¿Acaso hoy la Compañía no tiene en el nuevo Papa un referente al que obedecer, para llegar a la superación de un recelo histórico desde que Juan Pablo II y el Cardenal Ratzinger remataran esa escandalosa y pervertida Teología de la Liberación que tantos disgustos también dio a un Provincial jesuita llamado Bergoglio? ¿Acaso Dios intuirá que a uno de los suyos no tendrán más remedio que hacerle caso, para volver a sus raíces fundacionales, tal y como les han rogado, de todas las maneras, Juan Pablo II y Benedicto XVI? ¿Acaso un cardenal polaco y uno alemán, luego enormes y santos papas, no fueron verdaderos reformistas en el Vaticano II, formulando mucha de la doctrina aún desconocida y tan mal interpretada por unos y otros? ¡La Compañía ha sobrevivido a peores embestidas de los poderes del Mal!
Pero, con la renuncia de Benedicto XVI podemos decir que se cierra el capítulo de la gran crisis del Concilio; eso ya se ha superado y la Iglesia se enfoca de nuevo –tras afianzar la Verdad- en propagarla. Entonces, ¿por qué hay católicos que se prestan a usar esa terminología política, tramposa y dañina, que califican a los papas de progresistas o conservadores cuando son los guardianes de la fe de siempre? Que cometen errores en cuestiones mundanas nadie lo puede dudar. Pero son injustos quienes están calificando un papado en sus inicios por el pasado de un cardenal.
No señores, no interesa Bergoglio. Céntrense en y amen a Francisco.