Antes
de seguir leyendo cojan cualquier artilugio informático, abran
Google Maps u otra aplicación de mapas de nuestro mundo y sitúen
Petra en Mallorca, Canarias, Méjico, Sierra Gorda, Querétaro y
California... Por ahí vamos a viajar en este breve comentario al
libro que acabo de terminar... Desde el puerto caribeño de Veracruz
hasta San Carlos de Monterrey hay unos 4000 kilómetros por tierra.
Eso es solo parte de la enorme distancia que recorrió a pie, durante
la segunda mitad del XVIII, nuestro protagonista, que dentro de unos
pocos días será canonizado por el Papa Francisco, cuando viaje a
Estados Unidos este mes de septiembre...
Fray
Junípero Serra, un fraile franciscano y español nacido de familia
humilde en Petra, en el interior de la isla de Mallorca a principios
del siglo XVIII, fue un teólogo de relieve y, ya siendo catedrático
decidió dedicar su vida a las misiones, tarea en la que destacó
como un gigante. Partió de Palma de Mallorca en abril de 1749 hacia
Málaga y Cádiz, llegando primero a Canarias y tras una penosa
navegación, terminando la travesía del océano en Veracruz, desde donde quiso
ir caminando con sus compañeros hasta la capital mejicana, en laque
convivió con su comunidad franciscana hasta que le asignaron
responsabilidades en Querétaro y Sierra Gorda. Cuando la malvada,
injusta y masónica expulsión de los jesuitas de los dominios de
España por orden de Carlos III, quedaron sin misioneros muchos
lugares y a los franciscanos se les pidió que se encargaran de
California, Junípero se presentó voluntario, junto con otros
frailes que acudieron a la llamada. El asunto era urgente: España
estaba comprometida con la evangelización y además interesaba
cuanto antes el dominio estratégico de los inmensos territorios de
América del Norte, porque la costa oeste estaba amenazada por
Rusia...
He
leído esta biografía con emoción y muchísimo interés. La vida de
este santo español es apasionante. He querido leerla debido a la
inminente canonización de Junípero -al que tengo que reconocer que
apenas conocía debido a nuestro infumable sistema educativo-. Su
proceso fue abierto por el obispo de Monterrey a mediados del siglo
XX y llegó la beatificación con Juan Pablo II en 1988. Durante más
de treinta años, con todos los peligros y las dificultades -el
desconocimiento de los lugares y los idiomas de los indios- fundó
numerosas misiones por toda California -entre ellas las que serían
ciudades tan importantes como San Francisco y Los Ángeles-, protegió
a los indios de las injusticias y avaricias de los soldados,
desarrolló social y económicamente a unas sociedades primitivas
sometidas a todo tipo de imposiciones, supo relacionarse con el poder
político y hasta logró defenderse de sus arbitrariedades con
eficacia y, sobretodo, contribuyó definitivamente a engrandecer su
patria española y la fe católica que profesaba. Falleció en
Monterrey, en la misión que había fundado junto al río Carmelo y
que hoy se puede visitar, el día de San Agustín de 1784, en pleno
siglo de esas mal llamadas luces que han acabado por oscurecer las
mentes de todos los tiempos posteriores hasta hoy, provocando que la
enorme labor de este misionero sea, no ya incomprendida, sino incluso
despreciada y denostada en nombre de un estúpido y presuntuoso
progresismo...
Frente
a los tópicos de la indignante Leyenda Negra contra España, más
indignante cuando se la creen los españoles y aún peor cuando se
enseña en nuestros colegios a nuestros hijos, quede este párrafo de
Lorenzo Galmés, autor de la biografía que he devorado estos últimos
días de agosto (BAC, Madrid, 1988):
Mucho
debe a las misiones cristianas lo que fue el imperio español y su
poderosa irradiación humanista. Sin armas ni violencia, fueron
ensanchando el horizonte nacional, afianzando sus conquistas allende
los mares. Muchas regiones cristianizadas y humanamente potenciadas
se lo deben al trabajo constante y sacrificado de millares de
anónimos misioneros que, además de anunciar a Cristo, exploraban
nuevos territorios,estudiaban su flora y su fauna, elevaban el nivel
cultural de sus habitantes, cuya etnia, lenguas y costumbres se
esforzaban por aprender, y rendían un valioso servicio al
conocimiento y defensa de los auténticos valores humanos.
No
deja de ser maravilloso que el primer Papa americano, jesuita, que
toma su nombre de Francisco de Asís, sea quien canonice a este
ejemplar misionero Fray Junípero Sierra, franciscano y español, que
merece nuestro homenaje y nuestra admiración y al que, también,
podemos pedir su intercesión por nuestra querida patria que, por
haber abandonado los ideales y la fe que movieron a tan apasionantes
gestas a tantos de nuestros antepasados, se halla hoy,
lamentablemente, en un estado de agonía terrible...
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